La península itálica fue el centro de la civilización romana.

Hogar de la Magna Grecia, más tarde epicentro de la República Romana y luego del Imperio Romano hasta su división en Imperio Romano de Occidente y de Oriente.

Luego de ser invadida y ocupada por bizantinos, lombardos, franco-germanos (carolingios), normandos y musulmanes, vino  la caída del Imperio Romano de Occidente.

Estas invasiones y luchas constantes generaron por supuesto divisiones.

Por otro lado, las entidades políticas de la Italia medieval más importantes eran ciudades de territorio reducido, pero elevado poderío financiero y político, además de poseer un espíritu localista que aseguraba su completa autonomía.

Estos estados independientes fueron los llamados ciudades-estados, que rivalizaban entre ellos para lograr la hegemonía.

Estas rivalidades dificultaron la creación de una nación italiana. Las diferencias entre el norte industrializado y el sur agrícola también tuvieron un impacto en este sentido. Y por otro lado el hecho de tener los Estados Pontíficios dentro del propio territorio italiano hacía más difícil la unidad nacional.

Las ciudades-estados fueron territorial y políticamente independientes y existieron en la península itálica desde que comenzó la Edad Media hasta que se proclamó el Reino de Italia en 1861

Las más prominentes eran la República de Venecia, el Ducado de Milán, el Reino de Nápoles, los Estados Papales en Roma y la República de Florencia, siendo Florencia el estado más rico, aunque no el de mayor superficie.

Florencia fue por tanto el centro de toda esta revolución artística llamado Renacimiento. Aquí se concentraron artistas famosos como Miguel Ángel, Leonardo Da Vinci, Rafael Sanzio, Donatello, Botticelli y Giotto di Bondone entre otros.

Las dinámicas ciudades-estado impulsaron la modernidad con el Renacimiento. La unidad de Italia se ganó con sangre. Finalmente, norte y sur se fundieron en un matrimonio mal llevado pero duradero. En el año 1870 el país se unificó, creándose la República Italiana más tarde en el año 1948.

El legado lingüístico, jurídico, artístico, cultural y religioso fue de tal envergadura, que fundaron las bases de la futura civilización occidental.